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Prólogo. (Parte 2)

  Al entrar al lugar, custodiado por dos guardias, un hombre vestido con indumentarias religiosas rojiblancas los estaba esperando sentado en la gran mesa en el centro del lugar, bajo un candelabro. Se había tomado la molestia de encender un fuego en la hoguera, una sorpresa del Duque. El bozal y la corona de orador que tanto distinguían a su orden reposaban frente a él, mientras dormitaba un poco al sonido de la lluvia y del chisporroteo de las llamas.

  --?Matarius! –exclamó Leónidas nada más entrar tras el Duque.

  El orador Matarius Gibraltar, bajo el servicio del Duque, se despertó sobresaltado, y casi cayendo al suelo junto a su asiento. Su mirada tan penetrante se fijó con desdén en el caballero, aunque rápidamente se repuso tras notar al Duque.

  --Mi se?or, disculpe mi comportamiento. –dijo el orador con una voz profunda, mientras permanecía de pie, sacudiendo sus hábitos.

  Su rostro estaba endurecido por su trabajo como Orador. Su cabello casta?o estaba revuelto y sudoroso tras quitarse la corona, y sorpresivamente, sus manos aún tenían la sangre de Said secándose.

  --No se preocupe Matarius –dijo el Duque mientras los presentes tomaban asiento en sus lugares de la junta--. ?En qué momento llegó?, pensaba que aún permanecía en la sala de interrogatorios.

  Matarius se limpió un poco la cara con la mano, mientras unas gotas de sudor caían hacia su rostro. Parecía que su ropa le pesaba más que una armadura. En ese momento, la lluvia había aumentado su fuerza, y con ella, la temperatura.

  --El barón Máximo D′Aria insistió en que levantaría él mismo el registro. Aún está emocionado por su papel de Escribar.

  --Lo entiendo. Sin embargo, me gustaría tenerlo en esta junta para hablar de los registros de suministros y comida en Resurrección –contestó el Duque, mirando de reojo a Leónidas--. Pero, dígame, ?qué fue lo que pasó con Said?

  Leónidas aprovechó para arrojar más le?a al fuego, que empezaba a menguar rápidamente.

  --Intenté utilizar uno de los métodos más efectivos para torturar a las personas. Justo como a las langostas, pero en este caso, una demasiado grande, y con las piernas en demasiado mal estado. –contestó Matarius con una gravedad casi inhumana. Era un excelente Orador, tal vez demasiado para su propio bien.

  “Estos Oradores son humanos, todos lo son, y, sin embargo, siempre son los más fuertes ante estas situaciones. Espero que la Orden Oratoria de V′tislavia no nos lo arrebate.”

  --Instruya al barón D′Aria para que sea honesto en el acta. Recuerda que, por encima de todo, nuestra honestidad.

  -Sí, mi Duque.

  Matarius se colocó sus indumentarias una vez más, y se levantó de la mesa para salir de la habitación. Justo al pasar frente a la hoguera, su inmenso cuerpo oscureció la habitación unos instantes antes de abrir la puerta, dejando en soledad al Duque y Leónidas. Este último lo miró con desprecio; bien sabido era que los Buenavista no gustaban de los Oradores dada la persecución que sufrieron por parte de ellos en el 1034, trescientos a?os antes, la cual casi extingue a la casa Buenavista. El Duque notó la mirada, sin embargo, no a?adió nada a la acción, sabía que no necesitaba hacerlo.

  --Mi Duque, considero necesario que la junta se reúna para informarles a todos sobre el destacamento aquí en Resurrección –dijo Leónidas tras unos segundos de falso silencio.

  --Así será, Leónidas, pero supongo que me podrás informar sobre lo más importante acerca de las tropas, ?cierto?

  Leónidas asintió, mientras sacaba de su costado un pedazo de tela con toda la información. Sí toda la junta hubiera requerido viajar hasta allí, probablemente pasarían semanas hasta que se reunieran todos, además, el Duque sabía que ninguna situación interna podía descontrolarse en tan poco tiempo sin que todos se enteraran.

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  --Hasta ahora, el ejército real de Serranía consta de 10.000 soldados de infantería, 2.500 arqueros y una caballería de 1.000 efectivos. La mitad total de todos ellos se encuentran en La Capital, supongo que el general Jorge San Luis tendrá los registros ordenados. En Resurrección tenemos 500 efectivos, únicamente de infantería, y podemos movilizar inmediatamente a 400.

  “Ahora viene el contraste”.

  --Sin embargo, mi Duque, los ejércitos reales de Dorión, los “Galios”, superan casi cuatro veces el total de nuestras tropas, inclusive a?adiendo los ejércitos de los otros seis asentamientos principales de Serranía. Nuestros suministros militares no aguantaran mucho, el cierre de nuestras fronteras ha sido una pesadilla. Si continuamos así, en cinco meses, nos encontraremos sin provisiones. Y me temo que, si los otros reinos son obligados por la Dieta Real a apoyar a Dorión, no habrá ejército en las otras provincias para hacerles frente.

  “Dorión, ha sido muy inteligente moviendo los hilos de Justo de Ocasio. No le costará obligar a los demás Duques de ayudar, y más si la orden es desde Justo.”

  --?Aquí en Resurrección como está la situación? –preguntó el Duque, despegándose del respaldo de su asiento.

  --Podemos aguantar otra semana, tal vez dos si disminuimos las raciones a una por día, sin embargo, necesitamos el ejército en buenas condiciones para actuar en caso de un asedio.

  “Blanca Esperanza puede soportar cualquier asedio, pero el pueblo caerá indiscutiblemente, no me puedo arriesgar a eso.”

  --Como Mariscal de Villambria, ?está en condiciones óptimas para mandar a su ejército? –inquirió el Duque alzándose de su asiento para alejarse de la hoguera que empezaba a asfixiarlo.

  --Contamos con 2,500 efectivos, divididos entre caballería e infantería. Podemos hacerlos marchar hacia La Capital, pero eso dejaría a Villambria desprotegida. Probablemente Marco insista en que mandemos a la mitad de las tropas inmediatamente, pero eso significa un gasto de recursos y de dinero mucho mayor al que tenemos contemplado.

  --?De cuánto estamos hablando?

  --La ????mitad de provisiones de Villambria, un total de 500.000 caspios, o 250.000 vetis, es lo mismo. Actualmente, contamos con únicamente 356,000 caspios, eso nos dejaría demasiadas deudas, cosa que debemos evitar para facilitar una reconstrucción en el futuro.

  “El pueblo no estará contento con los gastos tan altos, pero seguirán produciendo recursos, tal vez los suficientes como para saldar las cuentas en algunos a?os. Por ahora, están tranquilos, aunque alertas, eso me basta”.

  --De acuerdo. Creo que la situación es grave, pero de alguna u otra forma saldremos de esta. Por ahora, mantén el orden aquí en Resurrección, intenta mandar mensaje a los demás barones. Sugiero que empiece por Mascotia, o Caspia.

  --Sí, mi Duque. –contestó Leónidas, levantándose de su silla, y preparándose para salir--. ?cuánto tiempo permanecerá con nosotros? –preguntó antes de salir.

  La lluvia se había detenido, el abrupto silencio, y la temperatura bajando rápidamente eran se?ales de ello. Le gustaría esperar un poco más de tiempo, pero solo saliendo en ese momento llegaría a La Capital con luz de día.

  “Bueno, ningún Camposanto ha muerto de hipotermia”.

  --Me iré justo ahora, mientras la lluvia aún permanece enfriándose. Prepararé a mi caballo, no causaré más molestias a los guardias, necesitan descansar. Te encomiendo esperar y mantener la calma, probablemente te hagan llegar un mensaje mío para vernos en La Capital, junto a todo el gabinete. –contestó el Duque mientras se alzaba de su asiento, y seguía a Leónidas por la salida.

  Ambos caminaron a prisa, y en unos minutos el caballo del Duque estuvo listo para salir. El frío en el exterior era inusual, pero para los serranienses, era algo tan común como el aire, o los rayos del sol, y no se permitían preocuparse por esto. Leónidas se despidió del Duque en la entrada, y rápidamente volvió a entrar una vez este se hubo alejado lo suficiente.

  La Capital estaba lejos, y, aun así, las plantas superiores del baluarte de Blanca Esperanza se alzaban por sobre los montes y colinas que tenían de frente. La edificación había soportado décadas de asedios por parte de Dorión, mucho antes de que los Camposanto llegaran al poder, antes de que Dorión empezara a manipular a la Dieta Real. La Primera Resistencia. Algo que se veía tan lejano, pero que, ahora, una segunda vez, ocurriría. Serranía no se dejaría vencer tan fácilmente, y antes muertos que dejaría que Dorión los gobernara.

  El Duque espoleó a su caballo hasta la cima de una colina cercana, y al llegar a esta, vio todo el paisaje que lo rodeaba: campos verdes, bajo un cielo nublado y frío, ya lo lejos, Blanca Esperanza, el más grande baluarte de V′tislavia.

  Por primera vez en aquel día, Antonio sintió un poco de esa esperanza tan pura que necesitaba, aunque no distinguía si era eso, o el frío en sus huesos.

  Probablemente, fuera de eso último

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